En el traginar de la vida no vamos viendo lo que dejamos escapar ni las huellas que dejamos.
No creo en el destino porque el destino tiene algo de mágico, de aleatorio y condenatorio que no nos permitiría decidir nada de nuestra vida, pero creo en una forma genética de ser que nos indica qué se toma y qué se tira y eso lo vamos pasando de generación en generación.
Aunque tampoco esto es determinante ya que cada uno puede hacer un cambio, un aporte en las formas de elegir, si toma conciencia que está en sus manos ayudar a las generaciones futuras.
Comienzo a contarte la historia de Carlos, una persona muy particular, quizás por ser simple, quizás por su forma de dejar huellas. Hijo de inmigrantes italianos, nació huérfano. Era el menor de cinco hermanos. Su padre murió en un accidente en el campo antes de su nacimiento. Su madre siguió trabajando el campo mientras su hija mayor le cuidaba el bebé y le calmaba el hambre haciéndole chupar un terrón de azúcar dentro de un trapito hasta que ella llegqara.
Cuando tenia tres años su madre se volvió a casar. La hija mayor, también, con el hermano de su padrastro y a partir de ese momento madre e hija comienzan a parir a la par. Imaginemos la cantidad de chicos en la misma casa, las mesas grandes, la mirada disciplinadora de esa tana para manejarlos.
La figura de su madre marcó a la familia. Una mujer que viene de Italia con dos hijos siguiendo a un marido que había llegado antes a la Argentina, sin conocer el idioma, comienza a trabajar en el campo a su par. Que queda viuda con 5 hijos en el año 1908 y con 25 años lleva adelante su casa. Luego cría a 10 hijos con valentía, con fortaleza, con respeto, les enseña a ser útiles a sí mismo y a la sociedad, a ser buenas personas.
A los seis años, Carlos, cuidaba caballos y como se dormía, al atardecer, tenía que reunirlos solito en la inmensidad de la pradera. Al hambre lo cubría con galletas que llevaba consigo y con brotes tiernos de alfalfa que recogía del campo. Huerfanito se crió como pudo. Contaba que tenían que levantarse temprano porque no había zapatos ni abrigos para todos y los que se levantaban últimos quedaban descalzos.
Qué podía enseñar de la vida este hombre criado en condiciones básica de subsistencia apenas cubiertas?.
Sin embargo, no se puede dejar de pensar en él sin una sonrisa. Era un personaje de ficción. No se sabía cuando hablaba en serio y cuando lo hacía en broma. Contaba historias de hechos, de anécdotas que no se podían saber si eran verdad o fruto de su ímaginación. :Porque cuando yo fui lustrabotas.. A lo que le replicaban, y vos cuándo fuiste lustrabotas???? Tras la risa general él decía:Vos no sabés, pero yo fui lustrabotas.
Logró ir teniendo diferentes actividades que le permitieron un ascenso social. En cada una de éstas les puso su toque particular. A pesar de haber cursado tan sólo hasta segundo grado de la escuela primaria, su desenvolvimiento fue bastante inteligente en lo comercial. Será lo que decíamos al comienzo una forma genética de ser?.
Podríamos atribuirle la posibilidad de perder el rumbo condenado por su pasado, sin embargo con los pocos elementos que la vida le dio formó una familia, le dio educación a sus hijas y fue feliz, que no es poco decir.
Carlos enseñó a disfrutar de las pequeñas cosas, de la nada. A estar alegre porque só, a decir un chiste para hacer reir. A ser payaso (como le decía su mujer con una sonrisa)y a reir con el que ríe. Digamos, una pizca de sal en las comidas. La alegría de vivir.
14 feb 2011
Una pizca de sal en las comidas
Publicadas por Stella Maris Coniglio a la/s 12:04 a.m.
Etiquetas: destino, genética, la alegría de vivir, Stella Maris Coniglio
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muy linda la historia de Don Carlos
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