Corría el año 1851, cuando se desarrolló la campaña del Gral.
Urquiza contra la tiranía de Rosas. Sus tropas denominadas "Ejército
Grande" procedente de Diamante estableció su campamento en El Espinillo,
cerca de Rosario en las inmediaciones del actual Granadero Baigorria.
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El día pasó en acomodarnos. El Blanco (el barco) echó a tierra la pesada imprenta (..) y en la tarde, estaba armada y las cajas listas para funcionar. La noche llegaba, oyóse resonar la música a lo lejos y, aproximándose cada vez más y más, entraron en las piezas de habitación de la casa de Santa Coloma el Juez, el Cura, el Comandante, seguidos de todos los oficiales, de dos sacerdotes más, de todas las personas visibles de la población, ocupando la calle, zaguanes, etc., el batallón de milicias, las mujeres, los niños del lugar. Era una manifestación, una serenata. El lector creerá que la fatuidad de ser el objeto de ella se apoderó de mí. Yo no vi más que el peligro de este paso, y traté de precaverme desde luego. Algún entusiasta salió a la puerta y gritó: ¡Viva el general Urquiza, el libertador de la Confederación Argentina! ¡Viva el coronel Sarmiento, el Defensor de los Derechos de los Pueblos, el amigo del Rosario!(...) ¡Bárbaros! me decía yo a estos gritos a que respondía la multitud con descargas cerradas de vivas, ¡me están asesinando! ¡me van a sofocar con sus abrazos! Y los gritos seguían, y lo que era peor es que el orador popular, un militar, decía cosas muy buenas, y muy bien sentidas(….) La cosa se prolongaba, y uno de los circunstantes se me acercó y me dijo que todos querían oírme hablar(…)Pero yo pensaba en las consecuencias, y no quería largar prendas a los comentarios de la maledicencia y aun de la buena voluntad, pues los amigos hacen más mal con sus elogios que los enemigos en ciertas circunstancias(….) Al fin, tomé el partido de dirigirme hacia la puerta, arrastrarlos hacia la calle, acompañarlos hasta la plaza, despedirlos y disolver la reunión.Esa noche y al día siguiente( …) vinieron a decirme que habían quedado tan pesarosos y algunos un poco descontentos de que no hubiese querido dirigirles la palabra. Para complacerlos sin comprometerme, para probar que la prensa estaba lista en tierra, aprovechando el día, que era la víspera de un año nuevo, y la novedad de un impreso datado en el Rosario, di a componer una carta dirigida a los vecinos en que enumerando aquellas circunstancias decía que tenía el ánimo de establecerme en la orilla del Paraná.. Una vez impresa se la mandé (a Urquiza) , diciéndole entre otras cosas: “Los vecinos del Rosario esperaban a “S. Exc., y como no viniese, han descargado su entusiasmo en el primero que se ha presentado. Ahí le mando una carta con que he contestado a estas gentes, por no saber otra cosa que decirles. Estoy contento con el Boletín. Distrae los ocios del campamento, pone en movimiento a la población, anima al soldado, asusta a Rosas, etc., etc.”(….) Nadie se dio por entendido entonces de los que estaban acechando y comprendiendo, y con algún pretexto salí a la calle, y me dirigí al Paraná, en busca de la serenidad que necesitaba para obrar. El Paraná corría como siempre, solemne, en silencio, inmenso, tranquilo. ¡Oh! Cuando las vicisitudes de la vida os opriman, lector, buscad el espectáculo de las cosas que son superiores a las vicisitudes humanas; el curso de los grandes ríos, las costas del mar, el perfil de las montañas. Yo me senté en la barranca y dejé vagar mis miradas sobre la superficie de las aguas, y media hora después, mi espíritu estaba rehecho, mi partido tomado, mi respuesta acordada conmigo mismo, ante este tribunal de la dignidad personal, de la justicia hollada, y ante la necesidad de no dejar ajar en mi persona el diputado al Congreso, el publicista…."
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