Era una castañuela. Ponía pasión y música en cada uno de sus actos. Era capaz de hacer reír contando los hechos más dramáticos de su vida. Uno podía disfrutar horas a su lado. Pero ella siempre escapaba. Vivía ramalazos de felicidad y las disfrutaba como el mejor manjar, así estuviera sucio de barro. Buscaba el amor en cada hoja, en cada gota de aire. Y lo novelaba con una carcajada amarga contagiosa o con una lágrima bordada por una sonrisa.
Su nombre, su nombre era variable. En cada lugar por el que pasó fue dejando uno. Quién sabe por qué… Como su vida, con tantas historias cruzadas, con tantas vivencias frustradas.. Quizás por eso el no enganche, el devenir. Como su origen, incierto, difuso. Ese padre grande que siempre le dijo:- me arrepentí de no haberte puesto mi apellido, porque vos “sos” una Guzmán. En realidad era una criada por esa familia que no le había dado su apellido. En su partida de nacimiento estaba el de esa madre que nunca conoció. Una nebulosa sobre su identidad de la que no se hablaba, pero que latía en cada gesto que tuvieron con ella. Ese hermano mayor que logró buena posición y le dio oportunidad de trabajar de cocinera en su restaurante y de la que ella sacó el placer de esas charlas nocturnas al cerrar el local.
Intentó ser una persona de bien, y lo logró, con todo su esfuerzo, limpiando casas, realizando micro emprendimientos, sabiendo oficios desde carpintero a costurera, cocinera. Subía y caía. Llegaba y se iba. Conquistaba, progresaba y dejaba. Hasta de grande se propuso terminar sus estudios secundarios y lo logró. Era muy inteligente. Podría haber llegado muy lejos con otra vida, con otra oportunidad. Se encontró con una piedra contra la que chocó siempre que estaba progresando, su propia angustia.
Y un día se atrevió y preguntó. Ya su padre adoptivo había muerto y la que llamó mamá, y trató de usted, estaba viejita. Y aceptó con resignación la respuesta. Quiso saber quiénes eran sus padres. La pregunta la hizo en la mesa familiar donde estaban todos festejando el cumpleaños de su “mamá”. La primera respuesta fue: -ahora te venís con eso!!!. Qué era eso sino su identidad?. Su identidad!!!. Y fue su hermano, su cobarde hermano, sentado a su lado, cuyos hijos matrimoniales disfrutaban de un hogar con todos los gustos, el que le dijo: - tu padre soy yo. Y surge la historia del embarazo, de sus dieciocho años, de la norteña que volvió a sus pagos y de sus padres haciéndose cargo.
Tuvo abuelos a su lado sin saberlo, tíos que no disfrutó como tal y un padre que la dejó luchar sola en esa inmensidad que es la vida. Y ya no quiso saber más. Se fue con la sonrisa un poco más madura, más amarga, más cansada. Uno sonrisa torcida por el destino.
Ahora sí, de la vida se vengó!!. Tuvo una hija a la que le dio tres padres, créanlo. El biológico, el que le dio el apellido y el que le dio el hogar. Los tres la reconocieron como hija. Así era ella. Un personaje de novela. A veces se suele escuchar, en el medio del silencio, el sonido de esa castañuela que regocijaba el alma a su paso.
La realidad supera a la ficción o la ficción supera a la realidad?. Tú, querido lector, lo dirás…
Stella Maris Coniglio
13 may 2012
La amarga sonrisa de la identidad
Publicadas por Stella Maris Coniglio a la/s 12:04 a.m.
Etiquetas: historias de familias, identidad, Stella Maris Coniglio
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