Bien mirada, la situación reviste una crueldad del tamaño de un portaviones. Una vez que hemos elegido un club, una camiseta, ya no hay vuelta atrás. No importa por qué la hemos elegido, si por herencia, por un regalo oportuno de un tío canchero, por una campaña afortunada de tal o cual institución o hasta por oposición al legado que se nos quiere imponer. Para el caso da igual. Hay un momento en nuestras vidas en el que ya no podemos cambiar. No queremos cambiar. No vamos a cambiar. La fidelidad que hemos construido, aunque pueda haber tenido en su origen motivos futbolísticos, pronto deja de tenerlos. Me explico mejor. Pongamos que me hice hincha del equipo Equis porque se coronó campeón después de una campaña memorable en la que desplegó un juego despampanante. El equipo Equis no va a jugar así para siempre. Puede suceder que el año próximo los mejores jugadores emigren al fútbol español, brasileño, ucraniano o uzbeko (…). Y que el lugar que dejan vacante esos nobles prohombres sea ocupado por una manga de palurdos, torpes percherones lastimeros que sepan de fútbol lo que yo sé de química molecular (que es nada, aclaro). ¿Acaso voy a renunciar a mi fidelidad por Equis? No. Ni se me cruzará por la cabeza. Seguiré hinchando por esa camiseta, independientemente de quienes la vistan y de que tan horriblemente jueguen.
8 feb 2015
El fútbol: ese lugar donde no somos dueños de nuestros actos.
Dueños de nuestros actos. Así nos gusta sentirnos, al menos
en esta cultura occidental en la que, mal que mal, nos desenvolvemos.(...). No
significa esto que neguemos la existencia del azar. Puede que no. Puede que
aceptemos que la suerte –o su ausencia– forma parte del conjunto. Pero no
tenemos el fatalismo de sentir que nuestras vidas son ajenas a nuestros
impulsos y nuestras acciones(…) Y, sin embargo, hay una esfera de la vida que
para muchos de nosotros reviste una importancia casi capital sobre la que no
tenemos prácticamente injerencia ninguna: el fútbol.
(..)Hablo del fútbol profesional. Del fútbol como hinchas.
Bien mirada, la situación reviste una crueldad del tamaño de un portaviones. Una vez que hemos elegido un club, una camiseta, ya no hay vuelta atrás. No importa por qué la hemos elegido, si por herencia, por un regalo oportuno de un tío canchero, por una campaña afortunada de tal o cual institución o hasta por oposición al legado que se nos quiere imponer. Para el caso da igual. Hay un momento en nuestras vidas en el que ya no podemos cambiar. No queremos cambiar. No vamos a cambiar. La fidelidad que hemos construido, aunque pueda haber tenido en su origen motivos futbolísticos, pronto deja de tenerlos. Me explico mejor. Pongamos que me hice hincha del equipo Equis porque se coronó campeón después de una campaña memorable en la que desplegó un juego despampanante. El equipo Equis no va a jugar así para siempre. Puede suceder que el año próximo los mejores jugadores emigren al fútbol español, brasileño, ucraniano o uzbeko (…). Y que el lugar que dejan vacante esos nobles prohombres sea ocupado por una manga de palurdos, torpes percherones lastimeros que sepan de fútbol lo que yo sé de química molecular (que es nada, aclaro). ¿Acaso voy a renunciar a mi fidelidad por Equis? No. Ni se me cruzará por la cabeza. Seguiré hinchando por esa camiseta, independientemente de quienes la vistan y de que tan horriblemente jueguen.
Bien mirada, la situación reviste una crueldad del tamaño de un portaviones. Una vez que hemos elegido un club, una camiseta, ya no hay vuelta atrás. No importa por qué la hemos elegido, si por herencia, por un regalo oportuno de un tío canchero, por una campaña afortunada de tal o cual institución o hasta por oposición al legado que se nos quiere imponer. Para el caso da igual. Hay un momento en nuestras vidas en el que ya no podemos cambiar. No queremos cambiar. No vamos a cambiar. La fidelidad que hemos construido, aunque pueda haber tenido en su origen motivos futbolísticos, pronto deja de tenerlos. Me explico mejor. Pongamos que me hice hincha del equipo Equis porque se coronó campeón después de una campaña memorable en la que desplegó un juego despampanante. El equipo Equis no va a jugar así para siempre. Puede suceder que el año próximo los mejores jugadores emigren al fútbol español, brasileño, ucraniano o uzbeko (…). Y que el lugar que dejan vacante esos nobles prohombres sea ocupado por una manga de palurdos, torpes percherones lastimeros que sepan de fútbol lo que yo sé de química molecular (que es nada, aclaro). ¿Acaso voy a renunciar a mi fidelidad por Equis? No. Ni se me cruzará por la cabeza. Seguiré hinchando por esa camiseta, independientemente de quienes la vistan y de que tan horriblemente jueguen.
Y mi humor cotidiano tendrá mucho que ver con cómo les vaya
el fin de semana. Y la materia de mis insomnios. Y la ternura de mis
esperanzas. Es verdad que, salvo que yo sea más estúpido que la media, seguiré
considerando que hay cosas más importantes que el equipo Equis. Pero los
avatares de su desempeño teñirán, como una pátina, un esfumado, esas otras
cosas más importantes. Si las cosas importantes de mi vida van mal, el
razonamiento será: “No me sale una, pero por lo menos Equis anda bien”. Y si
las cosas de mi vida marchan bien, tal vez el diálogo íntimo diga: “Es cierto
que mi vida camina bárbaro, y, sin embargo, a Equis le está yendo para el
traste”. Ahí estará esa pátina, ese telón de fondo, esa especie de luz de cielo
límpido o nublado que teñirá el resto de los colores.
… Y no hay nada –repito–, NADA que podamos hacer al
respecto. Nosotros no jugamos en Equis. No somos dirigentes de Equis. No
formamos parte del cuerpo técnico del plantel profesional. Como mucho vamos a
la cancha, siempre y cuando dispongamos de unos cuantos mangos,
Y ahí vienen la cábala. No sirve de nada. No modifica nada.
No cambia nada. Y, sin embargo, los futboleros necesitamos fantasear con que
sí, con que conservamos algo de control, con que algo que hagamos, o que
digamos, o que establezcamos, como sumos sacerdotes de una religión que
únicamente nosotros comprendemos, obrará el milagro de poner a esos fulanos a
jugar al fútbol como deben.
Y sí, sigamos con nuestras cábalas. ¿O acaso el fútbol
no necesita, también, de nuestra perpetua inocencia?
El texto completo en:
http://www.elgrafico.com.ar/2013/03/18/C-4699-tirate-a-la-derecha-un-texto-de-eduardo-sacheri.php
Publicadas por Stella Maris Coniglio a la/s 12:00 a.m.
Etiquetas: Eduardo Sacheri, fútbol, humor
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