28 mar 2015
1811: Rosario: un heroico "combate" en Laprida y Córdoba.
"Un texto de
antología aparecido en el diario La Capital a principios del siglo
XX. Se trata de una anécdota de un hecho ocurrido en noviembre de
1811 y en la que un grupo de rosarinos, sugestionados por la llegada
de Manuel Belgrano para hacer frente a los realistas, libran una
cruenta y patriótica batalla contra el “enemigo” en una de las
esquinas más emblemáticas de nuestra ciudad."
Insistiendo en sus
desagradables recuerdos uno de esos ancianos contó en aquella edición de principio del siglo XX:
"-Vean, ahí en esa
esquina que forman las calles Córdoba y Laprida había en nuestros
tiempos una recoba dentro de la cual el italiano Luchines, socio de
un tal Martínez, español, solía armar grandes reuniones de vecinos
en medio de la calle, para “matear” y comentar los
acontecimientos del día. Recuerdo ahora, una noche de noviembre de
18.., 1811. era una noche calurosa, pero oreda por brisas frescas del
Paraná.
La reunión era
bastante numerosa y en ella estaban, si mi memoria me ayuda,
Maldonado, Nicolorich y un tal capitán Urizar. Como de costumbre, el
mate circulaba servido por un negrito sirviente de Luchines el que
más tarde fue alcalde del pueblo y fundador de una familia rosarina
hoy venerable y respetada que vive en la calle Laprida.
El general
Belgrano comenzaba a moverse, según las tardías y casi siempre
equivocadas noticias que nos llegaban, juntado gente patricia para
venir al Rosario a encontrarse con una escuadrilla española que
aparecía haciendo correrías por el Paraná. Naturalmente los
comentarios de la rueda tenían por base este acontecimiento.
Maldonado, hijo de
militares españoles y militar él también –creo que tenía el
grado de comandante- perororaba entusiasta diciendo que sería el
primero en alistarse con Belgrano si llegaba al Rosario. Nicolorich,
otro más y hasta el italiano Luchines adherían a las palabras de
Maldonado, expresando su resolución de secundar de todas maneras al
general argentino. Les aseguro que la atmósfera estaba cargada,
tanto porque hacía un calor insoportable como porque la exaltación
patriótica de los presentes había subido de punto.
De repente detrás mismo
de donde está ahora la iglesia Matriz, que había una modestísima
capilla, se siente un infernal tropel como de personas que avanzan
entrechocando sus armas.
Todos nos levantamos como
movidos por un resorte, el cuello estirado y la mirada ansiosa. Qué
demonios sería eso que venía de la parte del río!?.
Francamente, a mí me dio
un miedo cerval y creo, Dios me perdone, que a todos los demás debió pasarles tres cuartos de lo mismo, aunque nunca lo confesaron. El
ruido se hacía cada vez más fragoroso y comprendíase que se
acercaba adonde estábamos nosotros sin poder distinguir bulto alguno
a causa de la oscuridad de la noche. En tan supremo instante, el
italiano Luchines fue quien tuvo más suelta la lengua y el coraje:
“Compañeros! - exclamó en mal castellano-, son los realistas que
se acercan para coparnos. A las Armas!.”
Para comprender el cuadro
que siguió después, conviene que les haga presente que en aquellos
tiempos, todos, chicos y grandes, estábamos armados por las
frecuentes correrías de los indios y por la abundancia de animales
dañinos y peligrosos que nos rodeaban. Pues bien, a la voz enérgica
y valiente de Luchines, el sentimiento patriótico en unos y el
instinto de conservación en otros, recobró su imperio y como una
exhalación penetramos en la casa de negocio de Luchines, malamente
alumbrada por unas candilejas, y siguiendo su ejemplo comenzamos a
arrojar a la calle mercaderías y trebejos, mientras en tan espantoso
momento se oía estridente la voz del italiano que gritaba:
“!Maldonado, organiza una barricada con todo eso mientras yo saco
las armas!”.
Pasados los
primeros segundos de sorpresa, Maldonado se convirtió en militar, que era,
tomando el mando de las fuerzas y nombrando como su ayudante de campo a
Nicolorich. En pocos seguidos quedó formada una enorme barricada hecha con pellejos
de vino, piezas de género, arneses de caballerías, mostradores, bancos y hasta
estantes.
Luchines
vino al rato con unos cuantos fusiles antiguos que Maldonado repartió a los
presente colocados ya detrás de la barricada con sus pistolas y toscos revólvers
en las manos.
El ruido
espantoso que tal organización guerrera había promovido cesó un instante, pero
enseguida volvió a ser más aterrador y más
próxximo. Nos parecía escuchar claramente el choque de espadas y fusiles, de
suerte que no cabía duda que se trataba de un ejército No se apresuren a pedir
el final de esta tragedia sin antes convencerse conmigo que tenía mucho de
heroico aquella resistencia de un grupo de vecinos a toda una milicia que, sin
duda, venía hasta con cañones.
Maldonado,
con una sangre fría que todavía admiro, saltó al otro lado de la barricada
armando un fusil y con voz estertórea gritó por tres veces en dirección a la
que es hoy la plaza de Mayo: ¡Quién vive!?”.
Como nadie
respondiese y el ruido infernal se acercaba, tomó nuestro jefe – y digo nuestro
porque yo también estaba en la barricada- una resolución suprema. Señalando
hacia la plaza ordenó: “Compañeros, ¡fuego!”,
¡Santa Bárbara!.
Una descarga formidable atronó el espacio y después otra y otra, convirtiéndose
el lugar en una espantosa batería.
Nicolorich
y Luchines se habían montado imprudentes en lo alto de la barricada, cada cual a
caballo de un pellejo de vino, y hacían fuego a la oscuridad con una decisión
admirable.
Me parece
que por más de un cuarto de hora estuvimos haciendo fuego graneado, y ¡cosa
rara!, creíamos que no se nos contestaba.
Maldonado
estaba asombrado. Mandó parar el fuego y escuchó un rato. El ruido de las armas
que chocaban se iban perdiendo a lo lejos, como si el enemigo huyese. Observamos
un rato todavía y ya no nos cabía dudas: el enemigo se había retirado y la
victoria era nuestra.
“¡Bravo!-gritó
Luchines- ¡Viva la patria!”. Y arrojó su gorra al aire, siguiéndolo todos
nosotros.
Convencidos
de que el campo estaba libre, encendimos lunas y nos dispusimos a contar los
heridos y los muertos.
Nicolorich
tropezó en un obstáculo y se fue de bruces. Al levantarse notó que estaba
manchado de rojo.
¡Aquí hay
sangre!- gritó- Quién está herido?”.
Todos nos
palpamos temblorosos, encontrándonos sanos y buenos.
“A ver, a
ver esas manos – le dijo Luchines a Nicolorich. ¡Pero hombre- gritó enseguida,
si usted está manchado de vino!”. En efecto, el rojo que vimos era un pellejo
de vino que había reventado.
En columna
cerrada fuimos hacia el centro de la plaza y alumbrando a un lado y otro
notamos que había varios cuerpos tendidos. Acercamos la luces y lo primero que
vimos fue una vaca y un caballo panza arriba. Maldonado reconoció sus animales
y, de deducción en deducción, caímos en la cuenta que ¡nos habíamos batido con
un rodeo de animales!.
Las pobres
bestias había roto los corrales y con sus cencerros, que a nosotros nos
parecieron armas, ¡motivaron nuestra colosal batalla!: La consecuencia final de
todo esto fue que los principales vecinos tuvieron que cotizarse para
indemnizar a Luchines el destrozo causado en sus mercaderías!."
(investigación
Guillermo Zinni)
Diario La
Capital 25 de mayo de 2010
Publicadas por Stella Maris Coniglio a la/s 12:00 a.m.
Etiquetas: Guillermo Zini, sábados historia real de Rosario
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