El establecimiento permanente de los europeos en el valle
del Chubut y áreas aledañas comenzó en 1865 cuando 153 galeses arribaron a
bordo del Velero Mimosa. Incluyendo a carpinteros, mineros y otros oficios,
eran 56 adultos casados, 33 solteros o viudos, 12 mujeres solteras
(generalmente hermanas o sirvientes de los emigrantes casados), y 52 niños.
Había unos pocos granjeros, que fueron infortunados al descubrir que las
atracciones de la región fueron sobredimensionadas y que la tierra era un
desierto semi árido que produciría pocos alimentos. A ellos les habían dicho
que el área era como las tierras bajas de Gales.
Si hay una característica que distingue la colonización
galesa en la Patagonia de otros procesos similares de su tiempo, es sin duda la
actitud de respeto y aceptación de la cultura y creencias religiosas de la
población nativa cuyo territorio vinieron a compartir. Nunca hubo intentos de
convertir a los tehuelches a la fe Cristiana, o imponerle nuevos preceptos
morales, sino que fueron precisamente los galeses quienes más se beneficiaron
con el intercambio en su etapa inicial, ya que sin las habilidades que
aprendieron de los indígenas y el comercio que con ellos pudieron establecer
(trueque de harina, azúcar, yerba y otros productos por plumas de avestruz
y pieles de guanaco, que luego exportaban desde la colonia), difícilmente
hubieran podido persistir en el medio hostil que les tocó poblar. De los
tehuelches, sus “hermanos del desierto” aprendieron, fundamentalmente, a
proveerse de comida mediante la cacería y todas las otras destrezas
indispensables para sobrevivir en ese entorno implacable. Existen relatos
grabados, de ancianos descendientes de los pioneros, que describen cómo los
galeses se integraban a las partidas de caza de los tehuelches, aprendiendo a
usar las boleadoras y a manejar diestramente sus caballos. Y fueron los indios,
justamente, quienes advirtieron a los galeses de la existencia de los hermosos
valles cordilleranos a los que luego extendieron su colonización (y a la postre
su arraigo, para que estas tierras finalmente pertenecieran a la Argentina).
A los colonos desalentados que en 1867, dos años después del
desembarco del Mimosa, esperaban otro barco en Puerto Madryn para abandonar los
fracasos iniciales en esta dura colonización del Chubut, los tehuelches
les dijeron: y…”con quién vamos a comerciar si ustedes se van?” una invitación
a la reflexión, junto con el ofrecimiento de caballos, por parte del cacique
Galats y su tribu.
Un episodio es quizás el más simbólico de esta relación,
nacida de la soledad de un inmenso territorio casi vacío, donde la ciudad más
cercana hacia el norte era Carmen de Patagones (por tierra, unos 500 km) y
hacia el sur, Punta Arenas (unos 1.200 km). Sucedió en uno de los primeros
encuentros. Estaban los colonos galeses un domingo practicando su culto
religioso en una de las precarias construcciones que oficiaba de capilla,
cuando llegó un grupo de tehuelches al lugar. Podemos imaginarnos la escena: los
colonos vestidos de domingo, en el proceso de reafirmar su conexión con su
educación religiosa, la vida y los afectos que habían dejado atrás, en el verde
país de Gales, y la aparición de los indígenas, altos, oscuros, envueltos
quizás en sus quillangos de piel de guanaco. Imagino la tensión inicial, ¿qué
hacer, ante esa brusca materialización del nuevo país que habían elegido?
Fue
una de las mujeres galesas quien encontró el más grande símbolo de amistad que
se hubiera podido concebir para “romper el hielo” en ese momento crucial: se
acercó a una de las mujeres nativas y le ofreció tomar el bebe que llevaba en
sus brazos, como gesto de confianza y símbolo del trato igualitario entre las
dos culturas, reunidas bajo la inmensidad del generoso pero exigente cielo
patagónico.
En Puerto Madryn (Chubut) se encuentra el monumento a la mujer galesa.
Les agrego esta yapa que sustenta lo que vengo diciendo del
aprovechamiento del agua:
Los primeros años de la colonia galesa fueron muy duros, ya
que la mayoría no eran agricultores y el desierto patagónico hacía fracasar las
cosechas. Tras la gran sequía de 1867, en el mes de noviembre, Aaron
Jenkins (uno de los pioneros) y su esposa advirtieron que las aguas del río
Chubut corrían más arriba que el nivel de la tierra sembrada. Entonces
decidieron abrir una zanja y comprobaron su desplazamiento hacia sus parcelas
sedientas. En marzo del año siguiente realizaron en su chacra la primer cosecha
de trigo exitosa del valle.
Dejo este link del diario La Nación, que aunque esté publicado con posterioridad nos complementan los datos que brindé y son muy interesantes:
http://www.lanacion.com.ar/1785914-un-colonia-inalterable-150-anos-despuesgales-queda-en-el-sur
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