En el libro "El Evangelio según Jesucristo", José Saramago ficcionaliza la partida de Jesús en busca de su destino de una manera muy natural. Hurgando en los sentimientos de María, en su esperanza y desesperación, contemporanizando un sentimiento universal: lo que siente una madre ante la partida de un hijo. Una descripción que vale la pena releer:
"Jesús partió después de haber comido con toda la familia reunida. Se despidió de los
hermanos, uno por uno, se despidió de la madre que lloraba, le dijo, sin entender por
qué, De un modo u otro, siempre volveré, y echándose la alforja al hombro, atravesó el
patio y abrió la cancela que daba al camino. Allí se detuvo, como si reflexionase sobre lo
que estaba a punto de hacer, dejar la casa, la madre, los hermanos, cuántas y cuántas
veces, en el umbral de una puerta o de una decisión, un súbito y nuevo argumento, o que
como tal ha sido configurado por la ansiedad del momento, nos hace enmendar la mano,
dar lo dicho por no dicho. Así lo pensó también María, ya una jubilosa sorpresa empezaba
a reflejarse en su cara, pero fue sol de poca duración, porque el hijo, antes de volverse
atrás, posó la alforja en el suelo, al cabo de una larga pausa durante la cual pareció
debatir en su intimidad un problema de solución difícil.
Jesús pasó entre los suyos sin mirarlos y entró en la casa.
Cuando volvió a salir, instantes después, llevaba en la mano las sandalias del padre.
Callado, manteniendo los ojos bajos, como si el pudor o una oculta vergüenza no le
dejasen enfrentarse con otra mirada, metió las sandalias, en la alforja y, sin más palabras
o gestos, salió. María corrió hacia la puerta, fueron con ella todos los hijos, los mayores
haciendo como que no le daban mucha importancia al caso, pero no hubo gestos de
despedida, porque Jesús no se volvió ni una vez. Una vecina que pasaba y presenció la
escena, preguntó, Adónde va tu hijo, María, y María respondió, Ha encontrado trabajo en
Jerusalén, va a quedarse allí durante un tiempo, es una descarada mentira, como
sabemos, pero en esto de mentir y decir la verdad hay mucho que opinar, lo mejor es no
arriesgar juicios morales perentorios porque, si damos tiempo al tiempo, siempre llega un
día en el que la verdad se vuelve mentira y la mentira verdad.
Aquella noche, cuando todos en la casa estaban durmiendo, menos María, que pensaba
en cómo y dónde estaría a aquella hora su hijo, si a salvo en un caravasar, si a cubierto
de un árbol, si entre las piedras de un berrocal tenebroso, si en poder de los romanos,
que no lo permita el Señor, oyó ella que rechinaba la cancela del camino y el corazón le
dio un salto, Es Jesús que vuelve, pensó, y la alegría la dejó, en el primer momento,
paralizada y confusa, Qué debo hacer, no quería ir a abrirle la puerta así, con modos de
triunfadora, Al fin, ya ves, tanta crudeza contra tu madre y ni una noche has aguantado
fuera, sería una humillación para él, lo más apropiado sería quedarse quieta y callada,
fingir que estaba durmiendo, dejarlo entrar, si él quería acostarse silencioso en la estera
sin decir, Aquí estoy, mañana fingiré asombro ante el regreso del hijo pródigo, que no será
menor la alegría por ser breve la ausencia, la ausencia es también una muerte, la única e
importante diferencia es la esperanza. Pero él tarda tanto en llegar a la puerta, quién sabe
si en los últimos pasos se detuvo y vaciló, este pensamiento no puede María soportarlo,
allí está la grieta de la puerta desde donde podrá mirar sin ser vista, tendrá tiempo de
volver a la estera si el hijo se decide a entrar, estará a tiempo de correr a detenerlo si se
arrepiente y vuelve atrás. De puntillas, descalza, María se aproximó y miró.
Estaba de luna la noche, el suelo del patio refulgía como agua. Una silueta alta y negra se
movía lentamente, avanzando en dirección a la puerta, y María, apenas la vio, se llevó las
manos a la boca para no gritar. No era su hijo, era, enorme, gigantesco, inmenso, el
mendigo cubierto de andrajos como la primera vez (aclaro: el que le había anunciado que iba a ser madre) y también como la primera vez, ahora
quizá por efecto de la luna, súbitamente vestido de trajes suntuosos que un soplo
poderoso agitaba. María, temerosa, permanecía agarrada a la puerta, Qué quiere, qué
quiere, murmuraban sus labios trémulos, y de pronto no supo qué pensar, el hombre que
dijo ser un ángel se desvió hacia un lado, estaba junto a la puerta, pero no entraba, lo
que sí se oía era su respiración y luego un ruido como de algo que se desgarrara, como si
una herida inicial de la tierra estuviera abriéndose cruelmente hasta convertirse en boca
abisal."
(el texto está presentado como el original: sin punto y aparte, sin marcar los diálogos)
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La ley de la vida. En psicología se habla del duelo por la pérdida de los padres de la infancia y el duelo de los padres ante los hijos hechos hombres.
25 mar 2016
El Evangelio según Jesucristo: partida de Jesús
Publicadas por Stella Maris Coniglio a la/s 12:00 a.m.
Etiquetas: El Evangelio según Jesucristo., José Saramago
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