10 jun 2017
Fijate lo que se pierde...
Amilcare Carruga aún era joven, no desprovisto de recursos,
sin exageradas ambiciones materiales o espirituales; por ende, nada le impedía
gozar de la vida. Sin embargo, se dio cuenta de que desde hacía algún tiempo,
casi imperceptiblemente, su vida le resultaba insípida. Lo notó en pequeños
detalles como, por ejemplo, el mirar a las mujeres. Antes, les echaba la mirada
encima, con avidez; ahora las miraba quizá instintivamente, pero pronto le
parecía que éstas pasaban como el viento, sin suscitar en él ninguna sensación
y entonces bajaba los párpados, con indiferencia. Antes, las ciudades lo
exaltaban —viajaba a menudo, pues se dedicaba al comercio—; ahora le provocaban
fastidio, confusión, aturdimiento. Viviendo solo, antes le gustaba ir todas las
noches al cine; se divertía con cualquier programa. Quien va todas las noches
al cine es como si viera una sola película muy larga, en episodios: conoce a
todos los actores, incluso las caricaturas y los extras, y el poder
reconocerlos se vuelve algo divertido. Pero ahora todas esas caras le parecían
desleídas, chatas, anónimas. Se aburría.
Al fin comprendió. Era miope. El oculista le recetó un
par de anteojos. Su vida cambió desde ese momento, se convirtió en algo cien
veces más rico e interesante que antes.
El simple hecho de ponerse los lentes era siempre
emocionante. Cuando se hallaba, digamos, en una parada del tranvía y lo
embargaba la tristeza de que todo, personas y objetos a su alrededor, fuera tan
genérico, banal y desgastado, y él en medio de un mundo de formas blandas y de
colores desvaídos, se ponía los lentes para leer el número del tranvía que
llegaba, y entonces todo cambiaba. Las cosas más anodinas, como los postes de
luz, se dibujaban entonces con todos sus minuciosos detalles, con líneas muy nítidas,
y las caras, las caras desconocidas, se llenaban de pormenores, puntitos de
barba, espinillas, matices expresivos antes insospechados; sabía de qué tela
estaban hechos los trajes y vestidos, adivinaba el tejido, descubría el
desgaste de los bordes. Ver se convertía en un espectáculo, una diversión; no
ver esto o aquello, sino sólo el hecho de ver. De ese modo Amilcare
Carruga se olvidaba de ver el número de los tranvías, perdía un tren tras otro,
o bien abordaba un tren equivocado. Veía tal cantidad de cosas, que era como si
ya no viera nada. Hubo de acostumbrarse a ello poco a poco, aprender desde
un principio lo que era inútil ver y lo que era necesario.
Las mujeres que encontraba en la calle -quienes se habían
reducido a impalpables sombras desafocadas, las que ahora veía en su exacto
juego de oquedades y protuberancias que producen sus cuerpos al moverse bajo
los vestidos, pudiendo ahora apreciar la frescura de la piel y el calor
contenido de sus miradas-, volvían a ser no sólo objetos de contemplación, sino
cuerpos que poseía con la mirada. A veces caminaba sin los lentes (no se los
ponía siempre, para no cansarse inútilmente, sino sólo cuando quería ver lejos)
y veía perfilarse vagamente un vestido de color vivo frente a él, sobre la
acera. Con un gesto ya automático Amilcare sacaba de la bolsa los lentes y se
los montaba sobre la nariz. Esta indiscriminada avidez de sensaciones recibía a
menudo un castigo: se trataba de una vieja. Amilcare Carruga se volvió más
cauto. A veces, por el modo de caminar y por los colores del vestido, alguna
mujer le parecía demasiado modesta o insignificante y no se tomaba la molestia
de ponerse los lentes; pero cuando llegaban a rozarse e intuía en ella algo que
lo atraía sensiblemente, quién sabe qué, creyendo captar en ese instante una
mirada de ella, una mirada sostenida que él creía descubrir cuando ella
comenzaba a alejarse, se ponía lentes. Pero ya era tarde; había dado vuelta en
la esquina, abordado el autobús, o estaba más allá del semáforo, y no hubiera
podido reconocerla. Así, mediante la necesidad de los lentes, poco a poco iba
aprendiendo a vivir.
Pero el mundo más nuevo que le descubrían los lentes era el
de la noche. La ciudad nocturna, envuelta ya en informes nubes de oscuridad y
multicolores claridades, le revelaba ahora contornos exactos, relieves,
perspectivas; las luces tenían perfiles precisos, los anuncios de neón,
hundidos antes en un resplandor confuso, ahora escandían sus letras una por
una. Sin embargo, lo bueno de la noche consistía en que los lentes conservaban
a esa hora el margen de indeterminación que desaparecía durante el día. A
veces, Amilcare Carruga sentía el deseo de ponerse los lentes, pero se deba
cuenta de que ya los llevaba puestos; la sensación de plenitud no se equiparaba
nunca al de la insatisfacción. La oscuridad era un terreno sin fondo en el cual
jamás se cansaba de escarbar. Andando por las calles, recorriendo con la mirada
las casas manchadas de ventanas finalmente cuadradas, alzaba los ojos hacia el
cielo estrellado: descubría que las estrellas no estaban aplastadas en el fondo
del cielo como huevos rotos, sino que eran punzaduras agudísimas de luz que
abrían a su alrededor infinitas lejanías.
Estas nuevas preocupaciones acerca de la realidad del mundo
externo estaban aparejadas a las de lo que él mismo era, originadas por el uso
de los lentes. Amilcare Carruga no se daba mucha importancia a sí mismo, pero
-como le ocurre con frecuencia a las personas más modestas- estaba muy
encariñado con su manera de ser. Sin embargo, el pasaje de la categoría de los
hombres sin lentes a la de los hombres con lentes, parece cualquier cosa, pero
se trata de un salto muy grande. ....
Fragmento del cuento "La aventura de un miope" de
Ítalo Calvino (en "Los amores difíciles" publicados por Tursquets Editores).
Luego el personaje visita su ciudad natal y el autor sigue
describiendo una vida que se ve claramente y otra que se intuye y da lugar a
confusiones. Excelente descripción de una forma de "ver" la vida. Se
trata de un salto muy grande...Hay que estar dispuesto a ponerse muletas donde tenemos una discapacidad. Gran resistencia de la gente que nunca pude entender.
Publicadas por Stella Maris Coniglio a la/s 12:00 a.m.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario