Isabel, la mayor de las hijas, sobrevivió a su madre y a su hermana. La llamaban “la Solitaria” porque nunca se la veía más que con un negrito que la acompañaba a misa, las pocas veces que salía. Nunca formó familia y siempre vistió luto. De todas maneras, la numerosa descendencia de Angelita más otros parientes y amigos solían visitarla una vez al año: los 13 de diciembre, cuando se evocaba un nuevo aniversario de la muerte de su padre. Por ser vísperas del verano, un criado servía refrescos. Doña Isabel se ubicaba en un antiguo sillón y a su alrededor se acomodaban los más pequeños.
En un momento de la reunión, la anciana llamaba al criado que servía los refrescos y en secreto le daba una orden. El moreno salía para regresar con una bandeja de plata. Encima, un plato de loza blanco portaba la cabeza de un gallo recién degollado. Entonces, Isabel Dorrego decía: “Es la cabeza de Lavalle”. Y todos guardaban silencio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario