Si uno analiza las corrientes que
imperan consciente o inconscientemente en el espíritu argentino verá
que lo que mayoritariamente sobresale, lo que culturalmente
predomina, es una oposición a la riqueza.
En efecto, el
argentino está en guerra contra la riqueza. La corriente mayoritaria
que emerge desde las entrañas más profundas de la cultura nacional
consiste en una resistencia impenetrable contra la riqueza, contra la
idea de ser rico.
(...)
Sin embargo, en un retorcimiento
que complica aún más el problema, es un determinado tipo de riqueza
y un determinado tipo de rico el que el argentino desdeña y por el
que siente un profundo asco. La riqueza que los argentinos repugnan
es la que se produce como fruto del éxito lícito. Paralelamente
entonces al tipo de “rico” que el argentino odia es al que obtuvo
su riqueza por la vía del triunfo en la vida laboral
legal.
Contrariamente, no se observan condenas firmes contra los
que, incluso obscenamente, pavonean la riqueza que hicieron como
consecuencia de actividades ilícitas, provengan ellas de la
corrupción pública (funcionarios ladrones, sindicalistas mafiosos)
o de actividades delictivas “privadas” como los narcotraficantes
o los delincuentes comunes.
El prototipo del argentino que es
resistido socialmente (“resistido” viene de “resentimiento”)
es aquel que tuvo éxito material en la vida por la vía del trabajo
lícito.
Por lo tanto, a ese personaje hay que bajarlo de donde
está y, por supuesto, no es un modelo a imitar o a emular sino un
arquetipo al que envidiar, maldecir y destruir.
Obviamente la
persecución y eventual destrucción de los que generan riqueza hace
que no se genere riqueza (es una perogrullada, pero en la Argentina
parecería necesario aclararlo) y al no generarse riqueza, se obtiene
pobreza. Ni qué hablar del que puede tener un ahorro, palabra maléfica.
Parecería que, siguiendo un silogismo normal, los
argentinos deberían estar felices porque finalmente consiguieron lo
que buscaban: derrotar la riqueza, destruir al rico y materializar la
pobreza . Pero no. Cuando llegan a lo que debería ser su éxtasis,
estallan en queja y buscan a más ricos a quienes ir a robarles lo
que les queda por la vía de entronizar gobiernos que expolian con
impuestos confiscatorios la riqueza lícita generada por
otros.
Parecería que lo que los argentinos buscan, finalmente,
es una pobreza tolerable igualmente distribuida. Es decir una pobreza
“hasta ahí”, igual para todos.
Pero hay unos “ricos”
a los cuales los argentinos no resisten –es decir, no tienen
“resentimiento” contra ellos- como los funcionarios corruptos
-que dicen que vienen a sacarle a unos lo que ganaron “injustamente”
a costa de otros- o los sindicalistas mafiosos o los que “encontraron
un curro o un yeite” -el típico “vivo” argentino que “le
encontró la vuelta”- u otros personajes del submundo ilegal
respecto de los cuales el argentino no muestra un nivel de ofensa
ostensible.
Como se ve, la profundidad de la enfermedad
sociológica del país es de tal dimensión que las dudas sobre su
verdadera solución son muy grandes. El nivel de deterioro mental
masivo que sufre el país implica un retorcimiento tal de los valores
constructivos de la vida pacífica y progresista que uno duda
seriamente de que tal extravío tenga vuelta atrás.
Texto atribuído a The Whashington Post
Un análisis muy triste pero con visos de verosimilitud. Las riquezas tolerables, increíblemente tolerables e incluso defendidas como la de los funcionarios corruptos y sindicalistas, las que no se tocan que son las de los delincuentes de la droga, del juego o la prostitución vs. las riquezas de los empresarios que desarrollan sus empresas. El artículo reprocha al Papa que ve a la riqueza como el infierno. Una vez leí que la diferencia entre América Latina y Estados Unidos
estaba en la religión en donde una le daba al pobre el reino de los cielos y la calvinista que si nacías para ser rico era lo que tendrías que ser, en la tierra.
Y nosotros no queriendo producir porque si querés hacer algo vienen a sacártelo. De locos.
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