Proponía hacerlos agregar a la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, integrando tres nuevos conceptos o garantías, como las denominaba.
Así, el primero de ellos es “el derecho a equivocarse“, el que planteaba como “fundamental”, ya que aseguraba que “si uno no tiene derecho a equivocarse, no tiene cómo corregir los errores porque no tiene cómo verlos”. Y equivocarse a veces es solamente salir de las etiquetas que tienen un mandato a que seas de una manera determinada, sino estás equivocado y no tenés derecho a eso.
El segundo se refiere al “derecho a cambiar de opinión“, el que está muy ligado al primero. Maturana planteaba que era necesario permitirse cambiar la forma de pensar, de opinar sobre ciertos temas, ya que “para moverme en un espacio de respeto al otro, necesito no ser dueño de la verdad, y para no ser dueño de la verdad necesito poder cambiar de perspectiva, es decir, necesito poder cambiar de opinión”. Y agrego, las etiquetas no te lo permitirían nunca. Tu conducta con la etiqueta tiene que responder a ella y no te permitiría cambiarla o no sería bien vista. A veces es una etiqueta propia, personal, que no tiene que ver con el afuera, y el mandato es interno. Si no me mantengo en la postura, me desestructuro. De ahí los fanatismos a los que están aferrados muchos.
El tercer derecho planteado por el científico es “el derecho a irse de donde uno está“, pues aseguraba que “la convivencia no tiene que ser una cárcel“. Acá sería como el de cambiar de opinión, pero en realidad con quién elegiste estar. Este, aunque es un derecho siempre digo que si lo tomás, dejés las cosas resueltas, sino las llevarás de por vida en la mochila.
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