... viven por acá en esta ciudad, no te voy a decir exactamente donde pero, viven en esta ciudad. Y todos los días al levantarse piden el mismo milagro, quizás el mismo que pedimos todos y no nos damos cuenta, los dos piden exactamente poder volver a casa.
Uno es del lado norte de allá, donde los trenes están juntos y se duermen de a ratos y se mueven de a ratos, de allá pasando el Cruce Alberdi.
El otro es del lado oeste de allá, donde el sol se enfría y se despide como si nunca más volviera, de allá pasando las cuatro plazas, por donde aún te saluda con un solo brazo el trole.
No se conocen, nunca se vieron pero los dos hacen lo mismo tienen como un ritual, un toc, un miedo en el alma, una imperiosa necesidad de hacerlo, no sé pero lo dos cuando salen a trabajar muy temprano hacen lo mismo, se despiden en silencio con ojos vidriosos y muelas apretadas.
Uno es enfermero pero por vocación por gusto, de esos que son orgullosos de su labor y tiene que salir al mundo de madrugada, cuando los hijos de re mil noches, esperan, acechan. El otro es Albañil no por vocación, sino por pobreza, por hambre y también orgulloso de comprarse una bicicleta usada para salir al mundo de madrugada, cuando los hijos de re mil noches, esperan, acechan.
Los dos se quedan un instante sentados al borde de la cama mirando a su mujer, agradeciendo al universo y tocándole el pelo y besándola despacito para que no se despierte. Los dos miran a los hijos en la penumbra sonriendo lo grandes que están, los dos cierran la puerta en cámara lenta para no molestar, los dos hacen eso por miedo, por angustia, por impotencia de que quizás sea la última vez, los dos tienen que salir a la ciudad de la furia y los dos saben que todo allí afuera es azar maquiavélico y quizás no vuelvan.
Me pongo a pensar en cuántos somos, cuántos y cuántos somos así, que un día nos volvimos, albañiles y enfermeros y hacemos lo mismo, pedimos sin conocernos sin saber exactamente pedimos, el mismo milagro.
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